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domingo, 21 de septiembre de 2014

Mario Luna, autoridad yaqui, narra el momento de su detención y encarcelamiento

En entrevista enviada por escrito, el vocero y autoridad de la tribu yaqui detalla los momentos de su detención, el pasado 11 de septiembre, su traslado al Cereso de Hermosillo, la visita del subprocurador, la solidaridad de los otros reos, mientras espera que hoy se dictamine su libertad o auto de formal prisión. GLORIA MUÑOZ RAMÍREZ
Me detuvieron en Ciudad Obregón a las diez de la mañana, cuando transitaba en el vehículo de un amigo, con rumbo a la gasolinera. Iniciábamos el día con la intención de sacar varios asuntos pendientes relacionados con mi trabajo de secretario de la tribu yaqui. Ese día tenía yo programado hacer tres cosas en ciudad obregón: Ver a mis abogados para que promovieran un amparo para el compañero Fernando Jiménez, quien el día anterior me lo había solicitado para darle cierta tranquilidad a su esposa e hijos ante la ola de rumores desatados sobre la intención de ejecutar las órdenes de aprensión en nuestra contra por parte de Guillermo Padrés y su policía estatal. Pensaba también pasar al Hospital General de Obregón para acompañar un momento a un familiar que tenía a su papá muy grave debido a que tenía los riñones totalmente destrozados (enfermedad ya muy común en la tribu por el consumo de agua contaminada). Horas después de mi detención supe que finalmente falleció. Y, finalmente, fui a preparar unos documentos que presentaríamos ante un ingeniero para ver si ahora sí satisfacíamos sus requerimientos burocráticos para dar curso a un proyecto productivo que tiene todo el año en trámites en la Secretaría de Agricultura, Ganadería, Desarrollo Rural, Pesca y Alimentación (Sagarpa) y en la CDI. Transitando por la calle Guerrero, nos interceptó la marcha un vehículo blanco sin logotipo. Nos atravesó el carro de frente y por las luces centellantes de sus faros me imaginé eran pei`s. Les dije a mis compañeros “vienen por mí. No se preocupen, no se muevan ustedes”. Al voltear a los lados me percaté que nos rodeaban otras tres camionetas con personas vestidas de civil que gritaban nerviosas que bajara del vehículo. De la pickup que teníamos de frente bajaron dos personas sin uniforme y armados que me gritaron “¡baja del vehículo!”. Me bajé al reconocerlos como policías estatales, ya que ambos habían estado en la base de Vícam. En ningún momento me dijeron el motivo de mi detención, sólo me dijeron que tenían órdenes de presentarme en “la oficina”. De ahí me trasladan hacia las instalaciones de la Procuraduría General de Justicia del Estados, a tres o cuatro cuadras de donde me detuvieron. Ingresamos a las instalaciones de la policía estatal donde me tuvieron sentado en una silla, en una esquina de una oficina medio oscura. Sólo veía como corrían de un lado a otro preguntándose entre sí, qué seguía. A los 10 o 15 minutos me subieron a otro vehículo, según para trasladarme (no dijeron a dónde) y enfilamos rumbo al Centro de Readaptación Social (Cereso) de Obregón, lugar donde están las oficinas de los jueces, por lo que supuse allá me llevaban, pero se siguieron de paso hasta Esperanza, donde doblaron por una carretera vecinal que va hacia Yecora, pueblo remontado en la sierra; como a cuatro kilómetros de transitar por esa carretera, se detuvieron y esperaron instrucciones por radio y celulares que no dejaban de timbrar. Ahí estuvimos como cinco minutos antes que decidieran regresar a Ciudad Obregón. Ya no regresamos a las oficinas. Después de echar gasolina a los tres vehículos que formaban la caravana que me llevaba nos dirigimos con rumbo al aeropuerto de Ciudad Obregón, por la salida sur. Por teléfono les dijeron que no entraran y que se siguieran de paso hacia Navojoa, ciudad vecina como a 45 kilómetros al sur de Obregón, de donde me trasladaron a una pista custodiada por elementos del ejército mexicano y ahí me subieron a una avioneta hacia la ciudad de Hermosillo. Antes de subir a la avioneta me esposaron de pies y manos y ya no me las quitaron. Al bajar de la avioneta en Hermosillo me subieron a una camioneta de la Policía Estatal Investigadora (PEI), no sin antes permitirles a unas personas con pinta de funcionarios que me tomaran fotos. Me llevaron a las instalaciones de la PEI que esta cerca del aeropuerto, ahí me tomaron las huellas dactilares, me grabaron video y voz y buscaron antecedentes, según ellos en la Agencia Federal de Investigaciones (AFI). En esas instalaciones no dejaron de tomarme fotos y videos con varios celulares, y varios elementos se turnaban para posar conmigo aparentando custodiarme (sólo espero que les haya servido para su ascenso). Después de mantenerme por espacio de una hora en esas oficinas me llevaron a otra, donde me entrevistó un funcionario muy amable que dijo ser subprocurador de justicia del estado y que venia por órdenes del procurador para cerciorarse de que no me encontrara golpeado y que se hubieran respetado mis derechos humanos y civiles. Le dije que no estaba golpeado pero que lo mismo me dolía verme humillado, esposado de pies y manos, cuando yo no he cometido delito alguno; le dije que yo soy autoridad tradicional y que mi gente, mi pueblo, se dolería mucho de verme así. Le pedí que no publicaran las fotos y videos que me habían estado tomando sin mi consentimiento. Me dijo sentirse apenado, pero que eso era un protocolo de seguridad que no podía evitar; ahí me informó que el motivo de mi detención era por la orden de aprensión girada hace un año por privación ilegal y robo de vehiculo, denunciados por una señora Viviiana Bacasegua y por Francisco Delgado Romo, y que sólo hasta hoy la habían podido ejecutar sus elementos. Le dije que no me habían aprehendido porque no habían querido, pues yo tengo constante actividad pública, a la vista de todos en toda la tribu y en varias ciudades dentro y fuera del estado. Me detuvieron cuando quisieron porque realmente yo nunca me escondí ni puse resistencia. Me dijo el subprocurador que ellos sólo cumplían las órdenes del juez y que hasta ahí llegaba su responsabilidad. Cuando se retiró en funcionario me llevaron al médico legista y de ahí me trasladaron al Cereso número dos, que se encuentra a las afueras de Hermosillo, lugar donde hasta hoy me han tratado bien y en donde por fin me han permitido ver a mis abogados y familiares. Desde que ingresé a este Cereso me han tratado con respeto, desde el comandante hasta los guardias. Todos se preguntan por qué me tienen aquí, dicen que yo no debería de estar aquí, que no es un procedimiento normal. Me ubicaron en el área de individuales, ala A, segundo piso, celda 6. En esta área todos están encerrados en sus celdas y sólo les permiten caminar unas horas cuando les abren las puertas por espacio de dos horas, creo… Aquí de inmediato recibí la solidaridad y el apoyo de los internos. Me dijeron que escucharon la noticia de mi detención por radio y expresaron su indignación por el abuso del gobierno; inmediatamente me prestaron dos cobijas, un traste con comida que ellos tenían de reserva, un litro de agua buena, y me dijeron que no me preocupara, que ahí ellos me iban a proteger de los guardias. Aclararon que aunque ahí los trataban bien se turnarían para estar pendientes de mi. Sólo pasé un día y una noche con el apoyo y solidaridad de mis compañeros internos. Al siguiente día me cambiaron a un espacio alejado de los demás, según por mi propia seguridad y para que estuviera más a la mano, ya que estaría en constantes visitas y listo para cuando vinieran por mí a declarar. Desde que ingresé aquí no he salido para nada del Cereso. Me dijeron que me llevarían a declarar al juzgado pero ni eso, el juez y su secretario de actas vinieron a tomarme aquí la declaración preparatoria, acompañados de varios Ministerios Públicos y de mis abogados. Solicité la ampliación del término constitucional y me reservé el derecho a declarar. El día lunes 15, mis abogados trajeron a declarar al Juzgado Tercero de lo penal a los testigos que yo presenté, aparte de las autoridades tradicionales, para hacer constar que yo no estuve en el lugar de los hechos y que yo no doy órdenes en mi tribu, al contrario, yo estoy bajo órdenes de mis autoridades y del pueblo. En esta diligencia yo no fui requerido, por lo que sólo estoy a la espera de lo que indiquen mis abogados. Mis días aquí son muy tristes, me la llevo pensando en mis hijos, temo por su seguridad, siento que están muy expuestos. Por la tribu no me preocupo tanto, sé que no soy indispensable, ellos tienen grandes hombres y valientes mujeres que continuaran con la defensa del agua y el territorio, sólo estoy atento a que no se desvíe la atención de lo verdaderamente importante, que es la sobrevivencia misma de la tribu yaqui. Yo pienso que no debemos caer en el juego perverso del mal gobierno de enfocar la lucha por mi liberación y descuidar la lucha por el agua y territorio.

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